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Venezolanos huyen a Colombia y ahora trabajan en plantaciones de coca

Miles de venezolanos que abandonaron su patria para huir del hambre ahora trabajan para las mafias del narcotráfico colombiano. Los migrantes que se marcharon en busca de un mejor futuro, jamás pensaron que terminarían en los narcocultivos. Una investigación que adelantó el diario La Opinión, reveló los cayos que muestran los venezolanos.
Venezolanos huyen a Colombia y ahora trabajan en plantaciones de coca

Recolectan la amapola y las hojas de coca en los campos. Lamentan que por culpa de un régimen perverso miles de ciudadanos se expongan para poder sobrevivir.

Sin embargo, las autoridades venezolanas se niegan a recibir cualquier tipo de ayuda humanitaria. Aseguran que en Venezuela no existe crisis económica alguna.   No obstante, el cruel éxodo empujó a miles a los narcocultivos situados en las inexpugnables tierras del Catatumbo.

Ninguno está acostumbrado a trabajar como jornalero. Con las primeras hojas se ampollan las manos y maldicen la situación. Denuncian que por culpa de una camarilla de gobernantes tengan que padecer tanto. Ninguno imaginó que huiría de la crisis para recolectar hoja de coca en Colombia.

Dejaron de ser obreros, taxistas, pescadores o vendedores en su país para recolectar la hoja que sirve para fabricar cocaína. Se trata de una actividad ilegal de la que apenas habían oído hablar y que los desgarra física y moralmente.

Pero el problema comienza con las manos, dice Eduar a la agencia de noticias AFP. Hace dos años que este joven de 23 años, padre de dos bebés, migró de Guárico, en los llanos venezolanos. Allí trabajó como mototaxista hasta que la hiperinflación devoró los últimos billetes que “guardaba en un pote”.

Del centro de Venezuela viajó por tierra hasta la región limítrofe de Catatumbo. En principio se ganó la vida como albañil. Era un trabajo que resultó menos agotador y doloroso que las diez horas que pasa a diario entre plantaciones de coca. Siempre bajo el sol o la lluvia.

Pero el “problema son las manos”, repite Eduar. Y se quita las tiras de tela roja que hacen las veces de guantes y exhibe las palmas y dedos encallecidos. “Cuando empiezas a agarrar la mata es que te sangran las ampollas. A eso tú le tienes miedo y no quieres volver”, dice.

Eduar, quien pide ser llamado así para evitarse problemas cuando vuelva a Venezuela. Se descalza y se mete a raspar coca en calcetines raídos. No soporta el calor en los pies. Suda a mares y lleva un sombrero alón de fique que le da un aire de espantapájaros en medio de los plantíos verdes.

Como “raspachín” gana por semana hasta el equivalente a 144 dólares. Tres veces más que lo que recibía en la construcción. Como la mayoría de los inmigrantes, deja una mínima parte para sobrevivir y el resto lo envía a Venezuela donde sus gobernantes se niegan a abandonar el poder.


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